viernes, 3 de febrero de 2012

Da un largo suspiro. Saca del bolsillo de la chaqueta un paquete de cigarrillos. Coge uno. Se lo mete en la boca torcido, caído. Aspira y el cigarrillo se coloca en su lugar de golpe. Lo enciende. Da una calada larga, plena, degustando hasta el fondo, saboreando ese momento de imprevista libertad. Sin tiempo, sin meta, sin prisa. Ahhh. Hasta el cigarrillo sabe mejor que de costumbre.

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